Y con simple cinismo me miras a los ojos y reconoces tu error, no porque estés arrepentida, sino con un despotismo ahogado en un trago de vanidad.
Me dices que lo sabes, que entiendes que no hiciste nada por cambiar, que eso único que yo te pedía no era para ti un asunto a mejorar.
¿Qué hago? Me ahogo en este dolor que siento en el pecho, duele, como nunca me había dolido, porque por primera vez me estas diciendo que todas las promesas fueron siempre falsas. Me duele que me digas entre letras que jamás te importó.
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